Cuando Aniceto Laibe Karam llegó a Balmaceda, lo hizo por el lado argentino. Venía del Líbano, junto a su madre y un hermano (Ramón), que también se instaló en Balmaceda. Su esposa, la chilena Carmela Villarroel, falleció por parto difícil, al nacer su hijo Yuseff. Por lo tanto, éste nunca conoció a su madre, tocándole una madre de crianza, la recientemente fallecida Julia Mansilla. Don Aniceto había desembarcado, después de un largo viaje del oriente, en las radas de Buenos Aires acompañado por su madre y su hermano Ramón. Tiempo más tarde se internarían en dirección a la Patagonia, radicándose en el sector del antiguo Lago Buenos Aires, Las Heras, Puerto Deseado, Perito Moreno, puntos determinantes para los trabajos que les tocaría afrontar.
En efecto, el joven
Aniceto tuvo que comenzar sus primeros intentos de ganarse la vida, montado en
una especie de chata, un armatoste de hierros y latas completamente cerrado que
realizaba fletes de mercaderías de un punto a otro arrastrado por una tropilla
de caballos. Aquel carromato con tropilla era el hogar del joven Laibe, en
plena pampa argentina. Ahí vivía, dormía, se alimentaba y trabajaba este
promisorio empresario de los primeros ciclos.
Un día le tocó tratar un
viaje a Balmaceda con alguien que quería trasladar enseres hacia allá.
Preguntando, supo que Balmaceda era un pequeño poblado de veinte casas que se
encontraba a pocos minutos de Lago Blanco. Preparó el viaje y lo cumplió con
creces, sin mayores dificultades, teniendo en consideración que en el tiempo
que estamos situados, prácticamente no había control fronterizo ni aduanero.
Corría el año 1923 y el apuesto libanés llegado de oriente, conocía a la
chilena Carmela Villarroel, de la cual se enamoraría perdidamente, contrayendo
el sagrado vínculo. Justamente en aquellos días se encontraban prestando
activos servicios los recordados zulquis, carritos de un caballo con un estilo
muy similar a las victorias de Viña del Mar. En uno de esos viajes, doña Carmela,
en avanzado estado de gravidez, protagonizó un accidente en un inesperado
volcamiento del zulqui en que viajaba, perdiendo la vida y naciendo su hijo
Yuseff.
A medida que pasaba el
tiempo los viajes de Laibe Karam aumentaban en frecuencia y su rendimiento se
incrementó al doble. Tuvo entonces que abandonar la idea de seguir fletando en
el carromato con las tropillas, adquiriendo su primer camión, un Ford 4. Fue en
aquel histórico vehículo que un día decidió abandonar para siempre Balmaceda
para ir a radicarse a la capital del territorio, Puerto Aysén, acompañado de
otra rutilante familia aysenina de origen libanés: los Chible. Aquel viaje duró
45 días, llegando la caravana de dos familias el 16 de Diciembre de 1929, en
una situación de aventura y riesgos a ultranza. La razón es que no existía
ningún tipo de carretera, corriendo tropillas de caballos y mulares para ir
abriendo las primeras sendas, que posteriormente ocuparían las carretas y
actualmente los vehículos de todo tipo.
El viaje de Aniceto Laibe en
Diciembre de 1929 constituye el primer desplazamiento en vehículo motorizado de
la historia de la provincia. Esto instituye un gran reconocimiento a ambas
familias pioneras, ya que ni los Laibe ni los Chible se iban a imaginar años
después, que aquel viaje sería una verdadera epopeya de avances.
Sumado a lo anterior había
gran cantidad de situaciones, pero una en particular merece una especial
atención. Cuando llegaron los Laibe a vivir a Puerto Aysén, existían dos
teatros de cine mudo y su galería para los espectadores populares la
constituían una docena de fardos de pasto. Era una especie de empresa casera
donde una maquinita a manivela reflejaba en un viejo telón pequeño las escenas
de una película muda de la época. Ambos cines funcionaban en forma similar, uno
era de la familia Campistó y el otro de don Lidio González Márquez. Nos
situamos en 1930 para encontrarnos con un recién construido cine que disponía
de muchas ventajas que los actuales no tienen, adelantándose este visionario
hombre unos cincuenta años al progreso. Aquel recordado cine poseía
palcos,balcones, galerías y plateas, imitando a muchas salas de espectáculo de
Europa, que él había conocido. Los palcos habían sido mandados a construir
especialmente con revestimientos de felpa y mullidos asientos donde disfrutaban
de los filmes las autoridades y los conspicuos hombres de negocios de la época.
Los balcones se situaban en los costados y la galería era cómoda y amplia. Del
centro de la sala colgaba una gran lámpara de lágrimas que se apropiaba del
entorno con vigorosa prestancia. Desde el punto de vista del audio y la imagen,
las cosas andaban bastante mal. En ese entonces el joven Yuseff ya incursionaba
con éxito en el apoyo comercial de su padre y era el encargado de conectar la
música de victrola a la acción del film, constituyendo además el primer
profesional de banda sonora pagado del territorio de Aysén.
Transcurrirían varios
años antes que aquel cine mandado a construir por el empresario Laibe dejara de
prestar servicios. En efecto, con el tiempo fue utilizado para las famosas
veladas de box de antaño donde descollaban rutilantes figuras juveniles con
amplia visión competitiva, que dejaban pingües ganancias para los promotores
locales, en una época en que existía un gran apogeo por el box.
Aquel portentoso cine
enclavado en medio de las barrosas calles de un pueblo aparentemente
desprovisto de todo, presentaba algunas características interesantes, como el
telón de boca que llamaba poderosamente la atención porque se levantaba a la
hora que se iniciaba la función y aparecían los vistosos avisos comerciales de
la época, destacando las ofertas de la semana de las grandes tiendas de la
avenida Chile-Argentina, una curiosidad sin duda, a la cual se agregaba esta
otra: los avezados empresarios vendían espacios publicitarios que se colgaban
en los muros laterales del cine, emulando tal vez la moderna publicidad gráfica
de los actuales campos deportivos de todo el mundo. Pero en 1935, así dadas las
cosas, sus autores podían considerarse verdaderos visionarios de la publicidad
cinematográfica.
Pasó el tiempo y Aniceto
Laibe continuó explotando el negocio del cine y, paralelamente, el de los
transportes, efectuando viajes a los puntos donde los caminos se lo
permitieran. Fue así que un día creció tanto la vida social activa de Puerto
Aysén, que la capital de la provincia se convirtió en un verdadero centro de
encuentros y negocios. Fue aquel instante que Laibe derivó sus trabajos a las
actividades hoteleras, movimientos pioneros que ya había iniciado en Chile
Chico con dos buenos hoteles, uno frente al lago y otro frente a la plaza.
Luego se irguió el imponente Hotel Central frente a la plaza del puerto y el
Hotel Plaza que estaba frente a la plazuela 18 de Septiembre, principalísimo y
activo centro de confluencias de pasajeros y viajantes de todas partes del
país. No hay que olvidar que a Puerto Aysén llegaban vendedores y compradores
de ganado, comerciantes en ciernes con amplias visiones mercantiles,
autoridades preliminares y también empleados públicos demandados por el intenso
tráfico comercial del puerto, amén de los consabidos ingleses con sus
respectivos empleados manejadores de aquel gigantesco negocio de la lana que
ellos administraban. Finalmente los Laibe se fueron a vivir y trabajar a un
local de color rosado de propiedad de Manuel Pualuán ubicado en plena avenida
Chile Argentina, donde además atendía el diligente comerciante de la época don
Martín Ercoreca. El hotel estaba situado en el primer y segundo piso, donde
funcionaban la cocina, los comedores, la cantina y los reservados, asignándose
el segundo piso únicamente para dormitorios.
El hotel Central en
cuestión, verdadero tesoro testimonial de los años cuarenta, contaba con salón
de billar y salón de palitroque, lo que demandaba un intenso trabajo que poco a
poco fue minando la salud de este singular hombre. El año 1948, Aniceto Laibe
contrajo la tuberculosis y finalmente falleció cuando recién había cumplido 48
años, una verdadera tragedia familiar, que obligaba a Yuseff, el hijo mayor, a
asumir la responsabilidad de mantener a una familia de tres hermanos y
aplicando todos los conocimientos comerciales aprendidos de su padre.
Felizmente, estaba preparado para ello y fue capaz de superar el desafío.
¿Qué sucedía con esta
familia al principio de su llegada a Balmaceda? Retrocediendo en el tiempo, nos
vamos a la época de las bombachas gauchas rechazadas por las autoridades de la
época, a la moneda argentina, notablemente útil y aceptada por los primeros
colonos por su utilidad práctica y porque les servía para adquirir alimentos en
los únicos boliches, los argentinos. Pues bien, en aquel ambiente de distancias
inauditas, donde los trámites judiciales se hacían en Castro y las
inscripciones de nacimientos, matrimoniales o de defunciones en Valle Simpson,
la azarosa vida laboral de Aniceto Laibe le permitió ganarse muchos amigos a
través de varios poblados argentinos, y su nombre era muy conocido a través de
las huellas. Aquí viene un ejemplo increíble de cómo se manejaban los asuntos
civiles en aquellos tiempos donde las fronteras prácticamente no existían.
Cuando fueron a inscribir al recién nacido Yuseff al registro civil de
Balmaceda, acudió el juez de Paz de Río Mayo, Argentina y le anuncia a don
Aniceto que va a registrar al nuevo retoño en los libros que la ocasión
ameritaba. Al oir esto, don Aniceto, con una gran sabiduría, que hasta el día
de hoy agradecen sus hijos, le replicó:
—Si bien es cierto que yo
entré por Argentina y formé mi hogar en Aysén, mis hijos nacieron en Aysén y
por lo tanto ellos serán chilenos.
El caso de Julio Chible merece también recordarse, ya que este balmacedino, que ocupara cargos importantes como gobernador, alcalde, regidor y candidato a diputado, tuvo que nacionalizarse chileno habiendo nacido en Balmaceda, pero sus padres lo habían inscrito por medio de un Juez de Paz de Río Mayo, el mismo caso ocurrido con Laibe, pero que ellos no rechazaron.
La curiosa situación de los antiguos
registros civiles lleva a meditar acerca de la verosimilitud de los orígenes
del apellido de cada cual, ya que lo más probable era que el oficial civil de
turno pusiera el apellido que había escuchado o que le había sugerido la
pronunciación del inscribiente. El caso de Laibe, que es un apellido árabe que
al pronunciarse suena algo así como Ljáibe. Obligó al oficial de la época a
autodictaminar el sonido y a escribirlo tal como lo determinaba la señal
auditiva, quedando entonces como Laibe. Lo mismo Aniceto, que no es tal, sino
Huannís, es decir una aproximación auditiva que facilitaba las cosas. Y así,
una variedad de ejemplos como Abdo (Ramón) o Fehri que quedó como Pérez.
Lentamente las familias
árabes de Balmaceda fueron retirándose para integrarse a comunidades de Puerto
Aysén y Coyhaique. Era muy probable encontrarse con una verdadera colonia en
Puerto Aysén y en Coyhaique, que es la misma que existía en Balmaceda a
principios de 1920. El tiempo transcurrió y al hijo mayor tuvieron que enviarlo
a Concepción a continuar sus estudios de humanidades, teniendo como apoderados
a don Manuel Pualuán y familia. Fue ahí que demostró ser un eximio estudiante
junto a Pepe Nustas, regresando en Noviembre a integrarse al Liceo de Puerto
Aysén, eximido de todos los ramos y con gran inclinación hacia la vida
religiosa debido a que sus estudios los realizó en el área de seglares,
ocupando los cargos de presidente de cruzada y presidente de misiones, donde
adquirió sus dotes de lider. Al regresar a Aysén se integró como alumno a un
tercero de humanidades experimental, integrado por ocho alumnos de los cuales
egresaron sólo dos, Aldo Mera quien actualmente vive en Peñaflor, y él.
En esos tiempos las
clases del Liceo de Puerto Aysén se impartían en uno de los antiguos cines,
luego se trasladarían a un viejo hotel de la calle Sargento Aldea, el Turismo,
donde posteriormente estuvo el Cuerpo de Bomberos. Cuando terminó el cuarto
humanidades y estuvo a las puertas de iniciar sus estudios universitarios, sus
padres decidieron que se quedara a trabajar con ellos en funciones de auxilio
en el hotel de su propiedad ubicado en calle Chile Argentina. Comenzó entonces
una suerte de desplazamiento laboral del joven Yuseff, que una semana debía
estar en Chile Chico y luego otra semana en Puerto Aysén, atendiendo las
demandas de los hoteles, que funcionaban a todo dar por las situaciones
sociales comentadas en la crónica precedente.
Pasaron los años y el
nombre de Aniceto Laibe comenzaba a convertirse ya en una leyenda, por la
profunda huella que imprimiera el pionero. Sin embargo, quedaban los hijos, y
la energía de tiempo, un arrastre secular de presencias basadas en la imagen
vertida por el padre, algo usual en materia de núcleos sociales de la
provincia. Luis destacaba en lo suyo, empresario hotelero, lo mismo que la
habilidosa aptitud de su padre cuando forjó el concepto primero del rubro en la
provincia.
Quien descollara en el
ámbito comercial fue Yussef, al cual se
le vio luego de finalizados sus estudios regresando a la lluvia del puerto en
busca de punto de equilibrio. Incursionaría entonces en lo que fue el recordado
Bar Chiquito de la emblemática primera calle principal, Chile-Argentina, y agrupando
aquellos espacios en rubros tan especiales como distintos, hasta quedarse en lo
que hoy se conoce como
En el intertanto Yussef
fue interviniendo en cuanta actividad social estuviera a su alcance, integrando
los primeros rotarios de los sesenta, los primeros dirigentes deportivos con su
venerado Alas, los primeros locutores deportivos en una radio tan familiar que
le quedaba en la misma cuadra, cerca de la casa, los primeros falangistas
democratacristianos, los primeros comerciantes, los primeros agrupamientos de
familias árabes, los primeros colocolinos de corazón del puerto de sus amores.
Yussef Laibe está hoy
retirado de muchas actividades, pero nunca ha dejado de estar ahí, mateando en
el mesón junto a sus amistades y clientes junto a quien ahora es el gerente, el
ex alcalde Eduardo, su hijo menor. Atrás quedan los tiempos del cine mudo, de
la radio del liceo, de sus transmisiones en la emisora del pueblo de sus
incursiones en el difícil primer comercio, de sus campañas políticas. Al igual
que su padre, seguramente se constituirá en un verdadero símbolo de una de las
ciudades más pintorescas de nuestra tierra.
Linda historia de los Laibe
ResponderEliminar