Bajaron de los portezuelos al grupo, Arturo, Domingo Uberlinda, Julio, Emelina y Mercedes Segundo, un ramillete de camperos jóvenes a quienes acompañaba Remigio Martínez, uno de los tantos curacautinos que ya noviaba con la Marta Edina, y se iba con ella del brazo por los últimos troncos del Divisadero hasta bien pasada la madrugada.
En la rueda de la tarde
preguntaron algunos qué pasaba con los perros muertos y es cierto que pensaron
en una hierba mala que habían debido comerse con los bofes que los matarifes
tiraron de la chanchería. La noticia quedó suspendida toda la tarde como en
volandas. Hasta que los hijos de la Zolfita comentaron así como entre chistes y
cuchufletas que un tal Loco de la Pala les había dado un polvo blanco para que
se mueran de una vez.
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