En 1937 hubo gente campera que también había empezado a
recorrer el sendero que llegaba hasta Balmaceda, pasando por la pampa del
corral después de haber salido de Puerto Aysén, la capital. Por los trayectos intrincados
se iba dibujando una senda angosta e interminable, seguramente abierta a
machete por los mismos lugareños a unos 50 kilómetros a la redonda, los que
transitaban por ahí para alcanzar en unas dos semanas la frontera. A través de
esa senda se desplazaban también los peones y la gente que iba desembarcando de
los viejos vapores para ir a conchabarse con patrones que les daban ocupación en faenas de esquila, marcaciones o
tropas.
Por
ese insignificante caminito podía avanzar un solo caballo, y a veces dos o más
en fila. A mucha gente le gustaba el viaje, aunque a menudo debían encontrarse
con los que venían en sentido contrario, en cuyo caso ambos se daban la pasada
y se las arreglaban como podían. A través de unos cincuenta kilómetros o algo
más, se aglutinaban las familias que ya ocupaban campos y se los asignaban
espontáneamente, alambrando con mucho esfuerzo después de aperarse en pueblos
argentinos que operaban con la economía del trueque, que reemplazaba al dinero.
Tempranamente vivieron
ahí muchos de los segundos pioneros, los primeros ya habían llegado, y eran
dueños de tierras. Según variados testimoniales hay que pensar en los Valdeses,
Orellanas, Jaras, Foitzicks, Millares, Fournieres, Troncosos, Valdebenitos,
Galindos,
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