Nos contaron después, en los 50, cuando el pueblo ya era algo que se había metido en todo, que eran hartas las ovejas, que las cuidaban tanto, que después de las esquilas las bañaban y las llevaban a las pampas por semanas, que había tantos arreos, tantos troperos con perros y pilcheros que avanzaban por el páramo. Las ovejas no eran tan nuestras como pensábamos, sino un burdo negociado de concesionarios que la pasaron harto bien después de todo.
En la primera provincia no hubo nadie a quien tanta gente se refiriera tantas veces como don Rudecindo Vera Márquez, excepcional chilote que aparece en casi todas las fotos que tomaron los fotógrafos de los años 20 y 30. Este invencible capitán de los mares y archipiélagos, aquel que sólo naufragara en el ocaso de su vida, en medio de las oscuras selvas del Pangal, llegó a instalarse primero con la Pensión Vera en los albores de los años 20.
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