Sucede que el primer gran ocupante de tierras de Aysén fue un galés llamado Juan Richard y que ya en 1896 se asentó con total libertad y dominio en los feraces pastizales del valle de Ñirehuao para criar con éxito una hacienda vacuna y caballar impresionante. Ese dominio espontáneo de tierras se vio sin embargo abortado cuando la Compañía Ganadera de Aysén arrendó al Estado las tierras concesionadas de las posesiones de Aguirre, debiendo entonces el galés Richard vender su estancia a los ingleses de la Compañía, por ser una empresa legalmente constituida. Y retirándose de la escena para siempre.
Es éste el
primer caso de ocupación en el territorio.
El segundo se da
en Coyhaique Alto en 1901, cuando Luis Aguirre, el principal concesionario de
las tierras, envía a inspeccionar sus futuras administraciones a John Dun, un
hombre de su entera confianza, el cual llega acompañado de Humberto Novoa hasta
el mismo lugar donde se fundó Baquedano. Dos años más tarde Novoa se
convertiría en el primer capataz de la Compañía de Aysén y Dun sería el primer
administrador asesorado por August Mac Phail. Más atrás hacían su aparición por
primera vez los hermanos Florencio y Abraham Sanhueza y en breve tiempo
instalan un gran campamento con pertrechos, enseres y vituallas destinadas a
habilitar el primer puerto, un embarcadero que se llamó Puerto Dun y a donde
comenzaría a desembarcarse lo necesario para el diseño de las primeras huellas
y sendas de penetración.
De ahí en
adelante se iniciaría un intenso movimiento de colonos, mientras que la
Compañía alcanzaría un alto grado de consolidación y funcionamiento. En 1904
habían entrado José Mercedes Valdés, los Inayao y los Hueitra en el Ibáñez.
Después, unos siniestros personajes que en 1908 vienen con intenciones de
desposeer a muchos ocupantes tanto en sectores de Ibáñez como en Chile Chico,
los hermanos suecos Carlos y Rodolfo von Flack. En 1911 entrarían los colonos
Navarrete, Macías, Solís, Orellana y Marchant y poco después Eduardo Foitzick,
Felix Ríos y Antrillao. Finalmente 1913 es un año propicio para que regresen de
Argentina a instalarse pioneros como Vicente Jara, Baldomero Pardo, Carlos
Urrieta y Adolfo Valdebenito.
Como se ve, ya
se había iniciado un proceso invisible de colonización espontánea de paisanos
que andaban buscando tierras y alambrándolas para iniciar sus faenas de
pastoreo. No venían solos, sino en grupos, para apoyarse mutuamente. Pero
legalmente estas tierras pertenecían a las concesiones de la Compañía Ganadera
de Aysén, por lo que se comenzarían a generar muchos inconvenientes. Ésta no
permitiría concesiones de ninguna clase para ocupar sus tierras y, lo que es
peor, determinaría condiciones específicas para no poblar, ya que corría el
riesgo de que sus concesiones se vieran frustradas por la organización de
poblados en sus territorios.
Pero había
tierras orejanas que la Compañía no alcanzó a tocar por ser selváticas e
impenetrables y que fueron las que ocuparon libremente muchos colonos. Las
noticias corrían rápido y muchos chilenos que residían y trabajaban en
territorio argentino, iniciaron también el regreso. Uno de ellos era el
próspero hacendado Belisario Jara, ganadero empresario que formó un grupo de
exploración hasta el valle de Coyhaique desde Río Mayo hasta alcanzar la ruta
de los lagos Pólux, Castor y Frío, y a cuyo cargo mandó a su amigo personal
Juan Foitzick. En 1914 los Jara internan a través de la senda de los lagos toda
su animalada, para establecerse en medio de los bosques junto a varios
paisanos, Manuel Foitzick, Juan de Mata, Manuel Vidal, Emilio Sierra, Carmen
Cerda. Mientras tanto, al norte del Elyzalde se instala Mercedes Valdés, recién
llegado de Lago Blanco.
Lo que sucede
después ya es tema de una epopeya. La exploración comenzó tal como se había
planeado con dos grupos distintos, unos por la zona boscosa de los lagos, integrado
por hermanos de Jara, Isaías Muñoz,
Domingo Sides y Manuel Vidal, y otro compuesto por peones y hacheros que se abrieron
paso por los faldeos del Divisadero. El primer grupo, con sus provisiones
agotadas, llegó muy debilitado hasta un puesto de la Compañía a los pies del
cerro, donde serían cordialmente asistidos por un puestero. Al día siguiente
avanzaron hasta la administración en Coyhaique Bajo, pero fueron advertidos y debieron
devolverse.
En los fríos
meses invernales de 1914 Juan Foitzick volvió a entrar por Coyhaique Alto hacia
los valles de Coyhaique y Valle Simpson, sabiendo de la advertencia de los
administradores de la Compañía, pero dispuesto a hacer caso omiso de ella. Al
enfrentarse consultó bien la ordenanza y le dijeron que había estricta
prohibición de cortar las alambradas y destruir los cercos. Y partió con su
familia por el sendero de salida, aunque ya había ideado una estratagema que
cambiaría la historia. Mientras cargaba en sus carretas unos varales y postes,
pudo divisar la alambrada que se extendía desde los faldeos del Divisadero
hasta el mismo río Simpson. Para entrar o salir existía un angosto portón por donde
de ningún modo podrían pasar sus carretas. Entonces comenzó a desarmarlas con
el pretexto palpable de que el portón fue diseñado para el paso de sólo un
jinete con su caballo. Armó un vallado o empalizada con los varales recogidos
en el camino, y en unos treinta minutos habían pasado por encima sus tres
carretas desarmadas y su familia, mientras que la animalada nadaba un corto
trecho de río para cruzar al otro lado.
Dicho y hecho:
Foitzick no contravino ninguna ordenanza, los cercos y las alambradas quedaron
intactos al paso de sus carretas y en cosa de minutos estaba en las tierras que
deseaba poblar, la famosa casa de las alamedas en las cercanías de la recta. De
ahí en adelante, el poblamiento de Valle Simpson era cosa posible. Tanto como
lograr en corto tiempo que las ordenanzas se eliminaran. Y más que eso, que la
noticia de su hazaña se propalara por toda la comarca, inclusive en la
Argentina, donde su imagen se transformó en heroica.
De ahí en
adelante el panorama cambiaría radicalmente, las tierras del valle Simpson
comenzaron a ser ocupadas por muchos pobladoras y hacendados y la casa del
pionero se transformó en una especie de sede vecinal y lugar de albergue,
cobijo y trabajo para quienes lo quisieran. Años más tarde don Juan era un
hacendado próspero y querido y sus propiedades y haciendas estaban catalogadas
como las más notables entre los pobladores espontáneos. Su mujer Zafira
organizaba la casa de campo con especial esmero y dedicación y nunca faltaba
nada para atender a los paisanos.
El año 1919
llegó a sus dominios Manuel Blanco, natural de Chimbarongo, con quien entabló
una profunda amistad. Por esos días se sentían en los alrededores algunas
señales de temor por situaciones puntuales de desalojo y usurpación de
propiedades. De hecho Foitzick mismo había quedado marcado para siempre por la
hazaña de contravenir las disposiciones de la Compañía. Blanco se sentó a
conversar con su ahora compadre Juan para elaborar una estrategia y acudir a
Santiago a solicitar la normalización de tierras además de tratos especiales
para los colonos que necesitan formalizar un pueblo donde habitar. Eran días de
agitación e incertidumbre, pues las decisiones de los administradores ingleses
siempre estaban a favor de los intereses de las compañías y en desmedro de los
colonos espontáneos.
En el Ministerio
de Colonización de Santiago Manuel Blanco y Juan Foitzick fueron a presentar
una primera solicitud que estaba referida a dos puntos principales: la
normalización de las tarifas de la balsa para llevar mercaderías, lanas y
animales a Aysén y solicitar se les concediera a los pobladores ya asentados se
les concediera la concesión tranquila de sus tierras.
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