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La banda estaba tocando


La viuda de Eduardo Caro se llamaba Guillermina Lorca Puschel, y la fui a entrevistar en el mismo lugar donde se levantara airosa la casa bruja de Coyhaique. Ahí supe de su ternura, abierta y evidente al escuchar su voz y también conocí a quien fuera partícipe de todos los movimientos de la creación de la primera Banda Instrumental del Regimiento 14 Aysén de nuestra ciudad. Quedan resabios de esos acordes, y pareciera que en su Chacra Santa Cecilia, bajando pa'Puerto Aysén, aún se escucharan en lontananza los sones de los burles y los clarinetes, cuando se realizaban ahí los ensayos con el contingente de músicos dirigidos por su instructor. 

Me fue contando lento y pausado todos esos detalles, un verdadero lujo de entrevista, algo que me vanaglorio de poseer. Tal vez a los nuevos coyhaiquinos, aquellos que comenzaron a llegar en los 60 y que se establecieron para siempre en este sitio, no les diga nada el nombre de la señora Guillermina. Pero 20 años antes, cuando se comenzaban a formar movimientos de entusiasmo para la organización de grupos comunitarios, brilló con luces propias don Eduardo Caro Vallejos, quien figura entre los gestores y promotores de las románticas bandas instrumentales que desfilaban los domingos en la mañana en el mismo escenario que hoy sólo consigna fieles saliendo de la misa de las once a disfrutar del glamour dominical. Don Eduardo perteneció a los primeros cien reclutas que en 1946 integraban el que era conocido entonces como Regimiento Bartolomé Vivar. En la actual Quinta Santa Cecilia vivió sus primeros días como instructor de bandas, junto a su mujer y a sus hijos. Ese fue justamente el sitio que le asignaron al insigne militar cuando vino a hacerse cargo de sus labores de formación del contingente de músicos. Llegó de Valdivia y se quedó para siempre en estas tierras coyhaiquinas. Un capitán de Los Angeles sería el primero que trajo los iniciales instrumentos ya envejecidos por el tiempo, pero que en ese instante constituían verdaderos tesoros para iniciar los trabajos de ensayo. Dentro del equipaje personal de aquel capitán se incluía un enorme cajón, en cuyo interior se encontraron los instrumentos dados de baja en el Regimiento Húsares de Angol. Venían tubas, saxos, burles y clarinetes, contrabajos militares, platillos, varios bombos y triángulos. Las cosas del Coyhaique de las décadas del 40 y 50 se debían improvisar, recurriéndose a la mano en el bolsillo de los vecinos generosos. Lo que sobraba era el entusiasmo y aquellos unidos habitantes se desvivían para lograr metas próximas, especialmente aquellas relacionadas con la cosa social.

Después de los primeros meses de intensos ensayos, el joven grupo de músicos estuvo preparado para salir a las calles a demostrar sus habilidades. Había nerviosismo y tensión cuenta la señora Guillermina, aunque ellos hacían las cosas bien, tocaban piezas musicales maravillosas. Serían las primeras incursiones en público frente a una comunidad que les esperaba. Y las nerviosas retretas de domingo en la plaza se dejaron sentir plácidamente. La primera comenzó una mañana de verano, cuando la música desbordó a un pueblo adormilado, inundando las calles silenciosas. Aquella marea de briosos acordes marciales haría crecer la alegría, arrastrando a la gente hasta una plaza de domingo para observar con atención el gallardo desfile de los músicos, a quienes les asistía el deber de presentar lo mejor que se podía aquellos ritmos marciales acompañados por niños admirados por aquellos mágicos sones por el centro, que les acompañaban felices.  Yo recordaba las cosas, tal como sucedieron aquí en los años cincuenta, cuando, vestidos de pantalón corto me iba con mis amigos a acompañar a la banda, a seguirla por las calles, a recorrer con la música que emergía tranquila todas las formas del regocijo, de ser importantes en medio de la batahola y de creernos el cuento que si estábamos ahí en esa comparsa deberíamos sentirnos tan importantes como esos músicos vestidos de militares. Pero además de las retretas estuvieron los desfiles oficiales, con las marchas alemanas, la conocida Olga o Lily Marlene que provocaba el entusiasmo de cada conscripto que avanzaba briosamente por entre el ripio suelto de las barrosas o polvorientas avenidas. Pronto el nombre de Eduardo Caro fue absolutamente recordado, y su fama alcanzó a otros sectores. A Puerto Aysén fue mandado buscar para integrarse con su contingente a los avezados carabineros de la banda del principal puerto.

A esa banda instrumental la primera, hay que recordarla. Pero no sólo por su música. Una de las obras que les correspondió realizar a estos 15 muchachos fue el desmalezamiento y la construcción de nuestra plaza de armas, en 1946, cuando era alcalde don Alberto Brautigam Lühr. Una función meritoria que pocos reconocen hasta nuestros días.

Creo que quedan uno o dos músicos de esa época. Ya los tengo enfocados  ver si falta algún detalle que rescatar.


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