En el oeste cundió el pánico cuando los emigrantes se multiplicaron en las carreteras. Los que tenían propiedades temieron por ellas. Hombres quen nunca habían tenido hambre vieron los ojos de los hambrientos. Otros que nunca habían deseado nada con vehemencia, pudieron ver la llamada del deseo en los ojos de los emigrantes. Y los hombres de los pueblos y de las suaves zonas rurales adyacentes se reunieron para defenderse, y se convencieron a sí mismos de que ellos eran buenos y los invasores malos, tal como debe hacer el hombre cuando se dispone a luchar."
Fìjense que en Coyhaique empecé un día a hojear esta grandiosa novela. Estaba sentado, recuerdo, en el dintel de una ventana del segundo piso y me daba el sol en el cuerpo, pleno invierno con ese sol que derrite la nieve. Las uvas de la ira es una obra maestra que hay que saborear y leer a sorbitos, reflexionando sobre lo que estamos leyendo. Tan actual hoy como hace siete décadas, Las uvas de la ira describe las injusticias a las que deben de enfrentarse una familia de campesinos que han de emigrar de Oklahoma a California tras haber perdido sus tierras y, por ende, su única vía de supervivencia.
John Steinbeck ha gestado una grandísima novela de personajes, en la que los acontecimientos de la trama se dibujan en torno a los componentes de la familia Joad: Tom, Padre y Madre, Noah, Al, Ruthie, Winfield, Rose of Sharon, los abuelos y el inolvidable tío John. Pocas veces he visto personajes tan bien perfilados, tan humanos, entrañables y emotivos.
La elegancia de la prosa de Steinbeck es indiscutible. Puede que haya ciertos capítulos cuya lectura resulte farragosa para el lector, pero aparecen armoniosamente combinados con diálogos repletos de fuerza. Las penurias que han de atravesar los emigrantes de la novela de Steinbeck me hacen regresar a la Biblia, llena de gracia, o al paso de los pioneros que llegaron hasta mis tierras ayseninas.
Comentarios
Publicar un comentario