Los mensajeros habían
encendido sus fogatas más cerca de la pampa, y los últimos bolsones de lana ya
iban rumbo al puerto en esos carretones altos de los argentinos, que
acompañaban a las comparsas de esquiladores. En el pueblo se respiraba algo
extraño, como si una serpiente reptara sola e invisible. Esa noche, en medio de
las fogatas de las ruedas escuchó hablar por primera vez de los valijeros y los
chasquis. La Zerafina se dejó caer entre las hierbas para aspirar el viento
norte que anunciaba otra lluvia. Y pensó que la semana entrante, cuando pasaran
los primeros gauchos hacia La Élida, ya tendría que haber quedado embarazada
con absoluta seguridad. (Fragmento Cap-I Las orejanas estaban solas, Oscar Aleuy)
En la primera provincia no hubo nadie a quien tanta gente se refiriera tantas veces como don Rudecindo Vera Márquez, excepcional chilote que aparece en casi todas las fotos que tomaron los fotógrafos de los años 20 y 30. Este invencible capitán de los mares y archipiélagos, aquel que sólo naufragara en el ocaso de su vida, en medio de las oscuras selvas del Pangal, llegó a instalarse primero con la Pensión Vera en los albores de los años 20.
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