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Los patagoneros de Las Carachas






En la Estancia de Coyhaique, llamaba la atención el famoso logotipo característico de la A encerrada en un círculo. Los marcarruedas en los lances deportivos competitivos fueron manejados por Enrique Puppo Landusch, un polaco que traía la imagen desde su pueblo natal Ostróda, al norte de Varsovia y que se incorporó a la estancia siendo un capacitado entrenador. La señal adoptada por los ingleses administrativos era una A encerrada en un círculo, que determinaba la señalización para Aysén, símbolo que Landusch utilizó para las camisetas de su equipo de fútbol. 

Obviamente, la compañía ganadera la llevaba a todas partes, especialmente a las marcas de los animales, las orejas, las paletas, sus estancias, sus cuadros, sus posesiones físicas. También como logotipo de documentos membreteados y encabezamientos de los telegramas, el medio más utilizado en los inicios del siglo XX. La vida laboral permitía que los hombres, entreverados en los trabajos estanciales, se nombraran a sí mismos como marcarruedas. Allá va a llegar un marcarruedas para hacer el trabajo, anunciaban; o este marcarruedas llegó de Calbuco. Y en cualquier sector donde se desenvolviera la vida pasaban ellos, ciertamente todos montados a caballo. Era de verlos, airosos y gallardos, yendo a asumir funciones a los cuadros, solos o en grupos, buscando la cachaña para sentirse plenos, haciendo las cosas bien, con las ganas que confiere la juventud, siempre luciendo el logotipo de la estancia que era el sello característico de su pertenencia a estos grupos estanciales.

Los hombres asignados a sus faenas, eran contratados con bajos jornales por los administradores ingleses que veían en esta masa laboral una propicia fundamentación para sus objetivos de lucro. Entreverados con aquella peonada —el grueso del acopio laboral—, podían encontrarse las presencias de varios notables vecinos y trabajadores ciudadanos, futuros elementos pueblerinos de amplia gravitación para los destinos de los poblados que venían.

Un destacado era Abraham Sanhueza, cuyo predio colindaba con el campo de José Huichalao. Al lado destacaba el de Remigio Latorre quien le había vendido un pedazo de tierra a Huichalao en unos 600 pesos, dominio que ya había pertenecido antes al ingeniero Alfaro de la Compañía. En abril de 1928 muchos hacendados organizaron grandes viajes para recaudar vicios en la pulpería de Francisco Bórquez que estaba en la subida del Arenal, se aperaron de todo y se fueron a esperar el invierno. Fue durante esos movimientos que el 16 de Julio que el río Simpson comenzó peligrosamente a crecer, causando estragos tan grandes que la mayoría de los pobladores no pudieron abandonar sus casas mientras otros ya habían empezado a construir bongos de emergencia.

Salió por ahí un tal Leuquén, que pesaba como 130 kilos y puso unos cajones cerca de la orilla junto a la casa para que el agua les pasara de largo. Días más tarde cuando ya había sucedido lo peor, se encontraba don Huichalao levantando una casa de canogas cuando se deslizó por ahí el matungo del policía sargento Zambrano que andaba buscando un paso para llegar al Correntoso.

Le dijo a Huichalao que lo último que había escuchado en la llamada telefónica al Balseo fue que una tropita de mulas se encontraba perdida en el río Correntoso, cerca de las ranchitas de canogas para pernoctar que habían construido los ingleses para los viajeros que iban y venían, unos buscando el puerto, otros las casas de la administración.

Zambrano se apeó del caballo y se vino a encontrar con su amigo Huichalao que ya lo salía a recibir desde su casa extendiendo su callosa mano con afecto. Zambrano desensillaba rato después y unos chicos se llevaban sus maletas de lona con  20 kilos de vicios que dejó a buen recaudo en un lomaje medio alto. Al día siguiente el capataz de las mulitas llamaba desde la tranquera y que quería decir algo y lo hacían pasar y escuchaban esa historia triste de que mulas y hombres habían desaparecido con la correntada, habiendo salvado con vida únicamente él con la gracia de Dios Padre. Lo que lo salvó de la muerte fue haberse encontrado casualmente con un tronco que flotaba por el Correntoso frente a Abraham Bórquez y se montó arriba de él y al pasar frente a Bórquez en el alto, cruzó a brazo y pudo huir afuera. En ese lugar existía un pequeño campamento donde se dedicaba una cuadrilla a fabricar madera y ahí llegó, recibiendo necesarias atenciones y todo tipo de cuidados.

Aquí apareció el primer huaso que llegó a estas tierras, traído por los compradores de animales que había en ese tiempo. Este forastero empezó poco a poco a ser conocido como el huaso Bahamonde y quienes fueron los que le trajeron a Aysén fueron el gringo Bachler y algunos jóvenes miembros de la compañía Oelckers del sur de Chile. En realidad lo trajeron para lujo, para lucirlo, porque en ciertas ocasiones lo vestían con sus boatos y se lucía con un llamativo vestuario en las ramadas y pasaba de una a otra haciendo sonreír a la gente, cantar a los paisanos, bailar a las parejas.

Esto está ocurriendo en 1928, un año antes de las ramadas de la fundación y tres de la inauguración del pueblo, cuando la planicie presentaba un corral de varas y un camino recto para las carreras cuadreras y los hoteles Cadagán y el Internacional de Arévalo. Era curioso constatar su presencia en una situación donde primaba la argentinidad, con la existencia de gauchos y patagoneros que venían de trabajar en las insólitas montañas de lapacho en la sub terra del Chaco, en la Argentina, y habían llegado hasta acá contratados por los ingleses para hacerse cargo de algunas importantes faenas de extracción y corte de maderas. Para eso utilizaban sierras a brazo, con arribanos y abajinos uno en cada extremo la enorme herramienta dentada, algo absolutamente normal y comentado en aquellos primeros tiempos de los orígenes de Coyhaique. Fue en estas faenas que se instauró el aserradero de los Antecao, que hizo famosa esta parte de la historia de la tierra con la construcción de la extraña casa bruja de 1929. Ya comentamos en crónicas anteriores que toda la madera de esta casa la elaboraron en ese lugar. Y ahí estaba el huaso Bahamonde, a cargo de los garañones de la Compañía, vigilando su trabajo para que todo se fuera dando según los planes.

Al pasar el invierno y llegar los primeros soles, Huichalao se dirigió al arroyo Las Carachas, donde actualmente está el santuario de San Sebastián en el camino de Coyhaique a Aysén, para incorporarse a la entrega oficial de los tramos del camino entre ambas localidades. El primer tramo le correspondió entregarlo a don Pedro Schulteiss que trabajaba con obreros argentinos.

Este tal Pedro tenía grandes ascendencias en la comarca y grandes resultaban sus contadas y experiencias sobre las peligrosas rutas de los caminos imposibles. A esta gente se la respetaba en un grado máximo. Y ellos mismos se sentían superiores. De estancias, garañones, huasos, marcarruedas, Leuquenes, policías y patagones, Vicente Huichalao me podría haber contado más, mientras terminábamos de limpiar juntos los platos del almuerzo de cazuela de res con pan amasado y vino tinto, que privilegió la entrevista. Diez años más tarde lo encontré en el centro del Paseo Peatonal y sus ojos ya no miraban ni su voz sonaba fuerte.

Es el destino que nos avisa y nos agrupa a todos antes de partir.


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