Temprano se abrieron las tranqueras el domingo para que no se demoraran los primeros volteos del matadero de la calle Baquedano, impasible y sola, sin casas ni manzanas ni barrios. Su única casa de cemento estaba en la esquina frente al regimiento y creo que aún no se va esa imagen casi mítica, se mantiene incólume incluso desde el nacimiento de Baquedano, al instaurarse este tremendo funcionarismo a mediados de los 40. Ahí vivía el suboficial Melo, fue el primero y yo jugaba con sus hijos camino a la escuela Superior de calle Prat porque eran mis amigos. Más allá todavía, había otra casa de otro oficial, no me equivoco si digo que la del propio comandante, su sitio original antes que se pensara en la de frente a la plaza. Era el comandante Gonzalez, padre de Lincoyán González, una casa de madera puesta justo en la confluencia donde se tocaban ambos ríos, más allá de la casa bruja de los Caro. Si estoy bien, síganme los lectores. Al frente del regimiento, en medio de un sitio vacío, hasta un poco más arriba, vivió una señora sola que crió a un niño, le dio los primeros cuidados, fue testigo de su crecimiento y de su formación. Aquel niño era el padre de un actual funcionario del INS de Coyhaique.
Avanzando por Baquedano hacia lo alto, me encontré con mi
matadero de los primeros juegos, callecitas como senderos que llevaban las
señales de nuestros zapatos del 24, persiguiendo a las primeras retretas de la
banda de Eduardo Caro y sus muchachos, uno de los cuales anda todavía caminando
como un joven de 60, a punto de cumplir los 84. Así se llegaba al matadero, el
Municipal, donde trabajaban unas seis personas en el carneo, las operaciones
del desposte y la atención de mucha gente que sabía llegar en el momento justo
cuando estaba lista la sangre para las prietas, breves minutos después del
sacrificio de un par de vacunos. Así se iba vistiendo Baquedano, todo el mundo
se alimentaba mayoritariamente de ovejas y caponcitos. Carlos Mansilla Haro se
llamaba el primero de los administradores municipales, gran hombre que nos
contó con su voz ronca detalles apasionantes del Coyhaique de antes.
Por el lado derecho, subiendo, se encontraban dos sitios
desocupados y en la esquina vivía un escribiente de carabineros, una casa de
cemento. Donde estuvo el recordado Vargas, existía y funcionaba una residencial
de cuyo nombre no tengo memoria y justo al frente estaba el rozagante hotel
Español, centro de encuentros y desencuentros, bajada de viajeros, autoridades
y caminantes, y llamaba la atención que había pegada a la fachada del edificio una
casa vieja que debería haber sido una pieza muy antigua y que la ocupaban
también para servicio de alojamientos ya que se había logrado habilitarla para
ello, lo único distinto es que quedó aislada del conjunto del hotel, después el
edificio del hotel primero con su gran letrero y los antejardines con cercado donde
la abuela Herminia años después todavía mantenía ella misma los fastuosos
jardines mientras su marido Arsenio atendía solícitamente a los parroquianos y
pasajeros ocasionales. En la esquina, a la vuelta, la emblemática la Casa
Altuna Ramos Generales y Abarrotes. Supongo que el Hotel Altuna debería haber
empezado a funcionar mucho después y si usted va al lugar, lo único que verá y
que sobrevive a esos tiempos es la alta chimenea destruida para siempre con el
hogar para la fogata que invita a recordar tantas jornadas. Justo al frente
estaba el Centenario con su característica tonalidad ocre, y un varón gigante
que consistía en un gran palo cuadrado de unas 10 pulgadas y unos 12 metros de
largo. Estoy hablando de cuando el dueño era Fernando Oleaga. Al frente de ese
histórico Centenario funcionaba la barraca de maderas de Altuna, un completo aserradero
y al lado, las oficinas de Bilbao Uriarte que tenía oficinas en la calle San
Diego de Santiago. Desde ese lugar hacia arriba se mantenía el descampado hasta
llegar a las caballadas de los Carabineros, donde está el BancoEstado. Por ahí
estaba la casa de Luis Conejeros Seguel, el Oficial Civil y Notario de
Coyhaique. Otro empleado era Carlos Morandé Alegría, que era yerno de la Sra.
Laurentina, casado con la Ita Barrientos Fournier. Carlos Morandé trabajaba en la
oficina de dentificaciones con Conejeros. Luego venía la Casa de Lata que
administraba José Vera, quien daba el paso hacia la estancia. La comisaría
estaba en Colon esquina Baquedano, exactamente donde está el Quilantal y ahí
funcionaban la cocina, la cuadra, la peluquería y el casino de Carabineros. Trabajaba
en ese sector el diligente funcionario de carabineros Apolinario Sandoval
Negrón, padre de Pichiñica Sandoval. Al lado en Serrano, estaba la casa de
Socorro y la casa de Guillermo Gaete en la esquina de más allá, Bilbao con
Serrano. Mientras tanto era visible la casa del doctor Gutiérrez en 21 de Mayo
entre Colón e Ignacio Serrano y más abajo la propiedad de Tato Vidal En la
esquina de 21 de Mayo vivían las
hermanas Pafetti, antiguamente estaba ahí Carlos Asi Mustafá , y antes el papá
de Naif Jalife, una esquina histórica
porque se instalaría el inolvidable Bar La Bomba que también era el Club
Coyhaique.
GENIAL relato. Muy interesante
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