Las soluciones fueron pasajeras e improvisadas. Y aquel
error precipitaría los acontecimientos. Varios hombres opinaron lo mismo: “Hay
que arreglarlo con alambres. Después se llevarán al taller”. Y ese fue el
detalle que los perdió a todos. a tarde estaba con el cielo limpio, a pesar del
invierno. El frío no se soportaba en la carrocería del camión. Dando fuertes
tumbos por los hoyos del camino recién asentado, el vehículo parecía resistirse
a continuar. Pero a don Martín los frenos le iban respondiendo bien.
Cuando
el camión pasó raudo por la escuelita del 10, algunos estudiantes saludaron su
lenta marcha rumbo a Coyhaique. Varias personas comenzaban a embarcarse a
medida que transcurría el trayecto, mujeres hombres, niños, todos iban arriba
en lo más alto de la carrocería- No tan cómoda por cierto, pero el fin
justificaba los medios. Había que llegar a Coyhaique a como dé lugar, y tal vez
por lo mismo el viaje era bueno.
De
pronto empezó a llover y los desprevenidos pasajeros, empapados de agua sólo
atinaban a acercarse unos a otros para protegerse entre ellos. En la cabina, Martín
Tolosa con dos pasajeras en silencio, guiaba
el pesado vehículo que hasta ahora había respondido bien. Aún recordaba
su llegada al poblado en 1934, junto a su mujer Ruperta Morales. A lo mejor
ella estaría en casa, esperándole. Y también su hija Uberlinda.
Tomó
el ripio suelto de Los Torreones, endilgando por la recta del 26. Atrás quedaba
la terrazón del paso de las ruedas duras en contacto con la carpeta de
cascajos, el sinuoso serpentear del camino en lento y parsimonioso avance. Iban
todos en silencio, el ruido del motor no permitía diálogos ni palabras, sólo
gestos y ojos abiertos y gesticulación de manos. Se estaba bien ahí, mientras
la lluvia pertinaz y desalmada continuaba cayendo allá afuera. Mientras tanto,
atrás, el grupo de pasajeros continuaba refugiado en mantas y ropajes diversos,
todos improvisados, con movimientos
bruscos y pesados y una inercia especial del avance que les obligaba a
descolocar los cuerpos, desplazándose varias veces unos centímetros del centro.
El ruido parejo del motor y el olor a combustible pronto hacía que unos se
durmieran, pero el entorno brutal de montes y riachuelos, de verdes y
gigantescas bardas y precipicios se venían encima del camión en feroces
lontananzas de viento norte junto a la lluvia briosa, como queriendo proponerle
al grupo una inolvidable última tarde. Porque esa era la última.
Las
Pizarras del Correntoso no tenían por qué haber tenido tanta riada
descolgándose, ni tampoco los helechos ni el verde quilantal florido del
camino. Las distancias son perversas en la Patagonia.
El alambre que habían apretado en
Aysén había comenzado a aflojarse y de pronto se desapretó tan rápido y tan
definidamente que la tarde entera se vino encima de todos y el bosque se dio
vuelta en sí mismo como si fuera un guante. Entonces, el pesado vehículo no
pudo responder cuando el pie derecho de Martín Tolosa presionó el pedal del
freno y entonces todo comenzó a terminar para ellos. La máquina, inclinada
hacia el lado derecho, sin gobierno posible, y un río abierto esperando allá
abajo, hicieron que todo se precipitara en un solo segundo. Atrás, una mujer
recibió un quilanto que la hizo quedar a salvo fuera de la carrocería. Con sus
manos heridas, quedó colgada de los ramajes más altos, junto a dos carabineros.
Sólo ellos y nadie más. El resto de gente fue tragado por las aguas correntosas
y profundas de un río sin misericordia. Sólo una rueda aparecería flotando, lo
demás se fue a fondo y hasta ahora no aparece. Ni los cuerpos, ni el vehículo,
como si allí en aquel sitio de tan espléndida belleza se sentara a meditar el
tiempo acompañado por la muerte.
Todos los que vivieron aquella época
del accidente del camión de Martín Tolosa guardan la inmensa emoción de haber
perdido a tanta gente conocida, parientes y amigos. Aquella mañana ominosa de
los alambres en El Balseo y el viaje indetenible de unas personas confiadas en
un camión que no podía continuar, no podrá ser fácilmente olvidada. Un
solitario monolito y las escenas desgarradoras de dolor, además de la solemne
misa oficiada en el lugar por algunos sacerdotes de la época, marcan una
tragedia que muchas veces continuaría repitiéndose en aquel camino.
... trágica improvisación!!!...
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