Coyhaique eran los carros con bueyes y las cerezas rojas del
verano. También esas pensiones con palenques en algunas esquinas, sus calles
recién formándose, las barriadas por el ir y venir de pasos sin ninguna prisa.
Se sumaban a ello los aviones, nuestros cercados, los gansos
por la tarde del verano, todas las fiestas de cumpleaños y el eterno sobrecaer
de millones de copos de nieve.
Eso fue entrando en nosotros como una golondrina sola que
empieza a querer viajar sin condiciones.
Maravilloso este "sobrecaer", el recuerdo del niño y la magia de esos suaves años de niñez.
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