Debo, sin embargo, reconocer que no ha sido una tarea fácil, ni menos una misión superficial ni relajada. Al contrario, suele suceder que en esto de las tergiversaciones y los inventos por parte de algunos malos elementos, hay ciertas conjeturas que enturbian las buenas intenciones.
Cuando estaba en la radio hacia 1987, me correspondió construir muchos libretos para el programa “Los que llegaron Primero”, los cuales servirían también para enfrentar los sucesos de recordación de los aniversarios del 12 de octubre. Al tercer año de estar haciéndolo recién localicé el nombre musical de Heraclio del Campo, el que antes había quedado como aleteando inadvertidamente, como si perteneciera al escenario general. Pero una tarde en que hojeaba con detalle y detención, me lo volví a encontrar. Y lejos de pasarlo por alto y olvidarlo, me detuve en él, vi su foto ahora perdida y me enfrasqué en los detalles de su mirada transversal y la vistosa humita blanca de su indumentaria junto a un recortado bigotillo sobre sus finos labios. Pude imaginar, sin pensarlo, de qué forma un hombre nacido en San Bernardo y que se había titulado de Ingeniero Agrónomo, llegando a la provincia en octubre de 1927, pudo entroncarse profundamente en la idiosincracia baquedanina siendo tan lejano su origen centralino. No hay que olvidar que ya hacia 1920 comienzan a formarse acontecimientos presionadores y envolventes en la pampa del corral, sita a cercanos 4 mil metros del área administrativa de la famosa estancia de la Sociedad Ganadera Aysén. Pues, ese solo detalle indica cuán unidas y cercanas eran las acciones de convocatoria y organización.
También supe, después de leer al ínclito y templado Baldo Araya, cuya pluma me persigue y acicala, que Heraclio del Campo vino hasta estas tierras en una misión específica que era mensurar los límites del futuro poblado de Baquedano. Reitero entonces lo que apareció en la página 7 de la revista Memoriales de Octubre del año 1989, de mi autoría, donde se lee:
“Se vino a efectuar trabajos a la provincia en octubre de 1927, embarcado en el vapor Imperial. Como todos aquellos que llegaban al puerto, tuvo que soportar de todo. Preparar un viaje a la Pampa del Corral constituía una misión suicida, pero tuvo que hacerlo, en carreta, a caballo, acompañado por sus compañeros, siendo testigo de la inexistencia de caminos, de las paradillas en medio de la selva. De la lluvia persistente, del frío que calaba hasta los huesos.”
Después, en medio de las amarillas páginas de las Bodas de Oro, pude encontrar su nombre enredado en las glorias de aquellos momentos de la fundación. No puedo evitar encontrarme con los nombres eternos de los primeros mensuradores oficiales que eran Pablo Velasco, Víctor Schwartz, Héctor Monreal y Guillermo Lastarria en 1928 y siendo convocados al año siguiente Jorge Dowling, Pablo Velasco, Heraclio del Campo Hurtado y Juan Fuentes. Todo esto, alrededor de una atmósfera muy favorable a los pobladores y peones, quienes contaban con el favorecimiento espontáneo y cariñoso del administrador general Thomas R.Anderson, jugándose ya el pellejo por la idea, toda vez que tenía instrucciones precisas de la superioridad de impedir todo tipo de levantamiento de poblados.
Otro detalle que nos lleva directamente sobre Heraclio del Campo es que estos hombres llamados mensuradores se iban después de las largas jornadas en medio de la sola pampa, a establecer sus conclusiones, mediciones y estudios, a una mesa grande que había en uno de los comedores donde los administradores ingleses se reunían para la estancia cotidiana. Era una mesa larga y de color caoba, ancha y generosa donde cabían a lo menos unos 20 comensales diarios. Pues a esa mesa de comedor se allegaban los mensuradores con sus datos, sus taquímetros, escuadras y compases para determinar los informes de sus trabajos.
Y ahora sí. El día de la fundación se encontraba entre la concurrencia este señor Del Campo Hurtado. Cabe señalar y recordar que la firma oficial del acta de fundación se realizó sobre un cajón de antisárnico convertido en escritorio oficial, el que fue ubicado a un centenar de metros de una especie de garita de carabineros que controlaban el tránsito a la estancia, muy cerca del actual Banco de Chile. El acta había sido redactada por Roberto Butrón. Y alrededor de ese escritorio estaban tenientes, delegados, administradores y administrativos, contadores, funcionarios y comerciantes, empleados y obreros de la Estancia. Don Heraclio estaba ahí y su hija nos cuenta y nos sigue contando detalles inolvidables, sobre lo que él le “dejó contado”, como el palo de lenga sobre el que se izó un pequeño pabellón patrio y el murmullo sordo como de letanía de los presentes en su intento por cantar el himno nacional en medio de un viento que pasaba por ahí, los discursos, los asados de los gauchos y el levantamiento de algunas tímidas ramadas. No cabe duda alguna que el nombre de Heraclio del Campo no puede por ningún motivo ser pasado por alto tal como hasta ahora se ha hecho injustamente.
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