Justo al filo de un invierno bastante cercano, se nos abrió una mañana la puerta amable de la casa de don Vicente Huichalao. Le acompañaba su mujer y algunos chicos que se quedaron adentro, mientras él nos enseñaba lo mejor de la trayectoria familiar. Su padre, José había llegado en 1922, acompañado por su mujer, María Hidalgo, con quien engendró 8 hijos, entre los que se contaba Vicente, nacido en 1924. Toda una vida trabajó don José en la Compañía, hasta que en 1927 se independizó luego de adquirir un buen campo a unos 15 kilómetros de la pampa del corral.
Los primeros intentos de trabajar se
quedaron en la estancia, con el capataz Juvenal Rosas Bellot, quien lo aceptó
como bueyerizo, acompañante de los manejadores de carretas y arriando los
bueyes que siempre se llevaban de reserva para cambiarlos en marchas de largo
aliento. Quedó a cargo del cocinero Demetrio Salazar. Le gustaba ir a conversar
monte arriba con el gringo Emile, domador de bueyes, con quien aprendió algunas
cosas del oficio. Eran bueyes resistentes que utilizaban para ir a buscar
vicios en carretas a la Aldea Beleiro. De los capataces de lanares, los más
conocidos eran Gumercindo Ortega, quien vivía en Las Salinas, cerca de Esquel,
y Segundo Cares, cerca del Chalía. Había
un capataz de hacienda grande llamado Germán Igor, quien estaba encargado de
los bellacos y garañones.
El primer huaso que llegó a
Coyhaique era Bahamondes y vino acompañando a unos compradores de animales de
la zona central conocidos por sus apellidos: el gringo Bachler y Oelkis, que
manejaban una verdadera empresa, entre los que destacaron Fermín Altuna y Juan
Echeverry, Romilio Villalobos, Héctor Fuenzalida.
Eran
los tiempos en que los embarques se efectuaban periódicamente sólo hacia
Valparaíso, sin intermedios. A medida que pasaban los años, los Huichalao
alcanzaban grandes metas, y ganaban prestigio. Pronto son conocidos por sus
fletes en carros en la peligrosa ruta entre la Estancia y Puerto Dunn,
codeándose con los magníficos gestores de los principios, Chindo Vera, Juan
Alvarez, Abraham Sanhueza, Carlos Vargas, Pedro Schultheiss, hombres valiosos
que contrataban trabajadores argentinos y los famosos carrilanos que eran
expertos en durmientes de ferrocarril, utilizando sólo pala y picota en el sur,
cerca de Temuco, para colocar los carriles, los durmientes, las bazas, los
terraplenes. Para rodear animales, eran verdaderos gauchos, expertos en las
lides de los arreos y las tropas.
La
Compañía manejaba una pulpería en el sector de El Arenal que era diligentemente
atendida por don Francisco Bórquez. En el río Moro administraba otra el turco
Antonio y en el km.26 el Vasco David
Alonso. Pasaría poco tiempo y don José Huichalao sería destinado al acarreo de
los vicios desde El Correntoso a Coyhaique. Se llamaba Pedro Guglielme el
inspector de Vialidad que tenía a su
cargo el sector comprendido entre Correntoso a Coyhaique; más allá, el señor
Barbosa hacía lo propio entre el Correntoso y Puerto Aysén. Para armar el
camino entre Puerto Aysén y Coyhaique se contrataron 300 carrilanos y 500
chilotes y natalinos. En dos años el Estado trajo 4 camiones tolva y un tractor
para acarrear bazas.
Era
tal la actividad que los sectores se encontraban plagados de campamentos con
gente durmiendo en carpas o a la intemperie, esperando las horas del descanso
para ver llegar a lo lejos a Ramón Montero y a otros que vendían vicios y vino
tinto o blanco. Cuando se empezó a construir
el corte de Farellones, quien estaba a cargo era el señor Trillac y su
ayudante, don Evaristo Díaz. Los herreros o forjadores de fierros estaban
encargados de arreglar las herramientas. Uno era don Adolfo Guerrero, a quien
aún sentimos en la calle Cochrane y el otro, Damián Igor. Trillac sucumbiría
tras una horrenda explosión. El señor Briones era el Inspector General y los
capataces de trabajadores Juan Moreno, Martínez, Silva y el extraordinario
Ramón Montero, quien usaba un bastón con incrustaciones doradas. Cada tres
meses acostumbraban inspeccionar obras el ingeniero de la provincia Roberto
Avaria quien venía acompañado de su secretaria privado, el señor Guarategua,
quien traía los sueldos cada tres meses.
Estuvimos
acompañando a este hombre, don Vicente, en su casa, junto a su fallecida esposa
Guillermina, quien se esmeró con una atención inolvidable. Hoy recordamos parte
de nuestra conversación, proyectándonos plenamente a la vida de este pionero
que vive entre nosotros.
Increibles historias... para tener en cuenta el esfuerzo de aquellos hombres que iniciaron el poblamiento de nuestro amada region.
ResponderEliminarGran recopilacion Oscar. Un abrazo