Distintas eran las otras
fiestas, las la estancia allá arriba en la Agrícola, 25 años antes, asombrosas
e inolvidables fiestas celebradas en plena estancia de Coyhaique Bajo, allá
arriba, camino a Coyhaique Alto. Corría el año 1929 y recién los aires del
primer Baquedano salían al encuentro de la historia. Resulta imposible evaluar
la cantidad exacta de entusiasmo y asunción por parte de aquellos primeros
vecinos, pletóricos de amistad y camaradería. Quién iba a pensar que esa
amistad y camaradería, ejemplo y símbolo de la unidad de un poblado, se iría
diluyendo con el tiempo en vez de sostenerse y acrecentarse.
Esa era la Estancia de los
ingleses, en medio de un ambiente distinguido y sagrado, donde los peones
trabajaban a sus órdenes, donde crecía la enjundia de los bolsones y las
ovejas, los camiones y los primeros carros con fardos gigantescos. En ese
singular ambiente también campeaba la diversión y el relajo, el momento de la
integración y la reflexión a todo trance.
Fuera de las habituales
celebraciones de Navidad y Año Nuevo también había esas recordadas veladas
crepusculares, donde no faltaba nada para hacer de la existencia un placer y
una grata convivencia. Los asados al palo y las empanadas eran cosa de todas
las semanas, las celebraciones de onomásticos y cumpleaños de la peonada, las
fiestas patrias y el día de la raza, así como también la celebración patria de
la república Argentina, eran motivos para reunir a cientos de comensales para
unas fiestas de altísima categoría. Fiestas que duraban más de tres días, a la
usanza antigua.
Un añejo volante casi
destruido por el paso del tiempo, con una portada de papel casi transparente y
deslucido ha llegado a mis manos casi por milagro, entregado por un gentil
vecino de esos que parecen imágenes de postales viejas. Es la representación
del tiempo trémulo y pulverizado, de aquel que no tiembla a pesar de la
fragilidad del tiempo. Es una simple hoja de oficio que tiene la virtud de
informar e invitar a un pueblo completo sobre los acontecimientos de una fiesta
de conmemoración de las fiestas patrias de 1944, tan sólo dieciséis años
después de que se fundara el poblado de Baquedano.
La portada conserva los
antiguos retoques artísticos de una época elemental en lo referente a diseño
impreso. Se lee: estancia Aysén,
Coyhaique, República de Chile, Programa Oficial de Fiestas Patrias, estancia
Aysén, 18 de septiembre de 1944. En la parte superior izquierda, una franja
tricolor, y un poco más abajo del título, el emblemático escudo de Chile.
Pero aquella proclama que
habita y respira en el interior del programa, revela la fuerza misma de la
existencia del pueblo. A los habitantes
de la Estancia Coyhaique de la Sociedad Industrial del Aysén, comienza la
proclama. Y luego el programa en cuestión:
He
aquí el programa que la Sociedad presenta a los habitantes de la Estancia, en
celebración del 134º aniversario de la Independencia Nacional. Cumple
a todos cooperar al éxito y feliz realización de este programa, que el comité
entrega confiado al fervor patriótico de los habitantes de esta estancia, y en
esta fecha tan trascendental que en estos días encierra la más gloriosa
tradición. Firma la proclama, el Comité de Fiesta Patrias.
Es sabido que la estancia
albergaba gran cantidad de peones, casados y solteros, con y sin hijos. Y que
en el recinto, convertido en una verdadera ciudad, bastaba con un acicate como
éste para que todo el grupo participara entusiastamente sin que nadie pasara
inadvertido. Aquel año hubo juegos populares para adultos y niños y los
infaltables concursos de cuecas. Se constituyó un jurado de lujo, conformado
por Miguel Ancaguay, Jorge Solís, Eleodoro Novoa, Jorge Burns y su esposa
Modesta, Beatriz de Finlez, Rosa de Cárcamo, Germán Igor, Godofredo Hodgers,
Manuel Serrano, Nelly de Verdugo, Aída de Gutiérrez, Oscar Verdugo y el doctor
Alejandro Gutiérrez. Una verdadera pléyade de gentes de fina procedencia y
valor social, que se constituían en el alma y motor de los primeros arrebatos de
progreso. Eran las ánimas de los días claros, las sugerentes presencias de los
espíritus visionarios, que luego de unas tres décadas serían capaces de
trasladarnos en el espacio a las buenas obras realizadas. Algo se movía ya en
esos lejanos tiempos, una turbulencia extraña que convocaba a la acción, esa
que se iba desprendiendo de alguna forma misteriosa desde el mismo corazón de
las primeras agrupaciones de habitantes. Para eso existía la estancia, y los
que estaban ahí, en medio del extraordinario tráfago de la vida y la
producción, creo que ni cuenta se dieron del enorme caudal de trascendencia que
descendía de cada uno de sus actos y actitudes.
Finalmente, la contratapa
del atractivo flyer ofrecía una visión rotunda del programa completo de
celebración, acompañado por el símbolo máximo de la estancia: tres círculos
concéntricos que encerraban la letra A mayúscula, los recordados marcarruedas,
comentados seres invencibles en los lances futboleros dirigidos por el inglés
Puppo Landusch.
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