Es extraordinariamente familiar para un recopilador encontrarse con datos tan antiguos sobre los primeros tiempos del camino Aysén-Coyhaique, pero que jamás nadie los ha promocionado con altura de miras, escapando al menos del planteamiento estadístico oficialista, tan típico de los atributos mnemotécnicos de los últimos Estados desde principios del siglo XX a la fecha, menos aún en los años tan especiales que siguen a la comentada y tan popular publicación del libro Aysén del profesor Antonio Mansilla, obra tan escasa en atributos expresivos y llena de errores de apreciación, aunque su existencia pulule en casi todos los antiguos hogares ayseninos, encontrándome con una decena de ellos en mis indagaciones.
De acuerdo a lo antedicho la pasada
semana, el camino Aysén Coyhaique se entregó para ser recorrido normalmente en
un tiempo total de siete días, declarándose camino de uso público en 1906. Catorce
años después de esto, es enviado llamar –por ausencia de
funcionario—, el ingeniero José Manuel Pomar, quien se refiere a esto como
observaciones fuera del cometido oficial. Y entonces con lo primero que nos
encontramos es con la salida al camino —en Mayo de 1920— del ingeniero
acompañado por un administrador inglés llamado MacDonald y con el cual
transitaría por la nueva ruta con rumbo a la famosa estancia de Coyhaique para
llegar dentro de los próximos siete días, como rezaba el cálculo oficial en una
distancia de 86 kilómetros rumbo al Este, montados sobre caballos de alta
resistencia y cubiertos por trajes de hule propileno, especiales para soportar
las brutales lluvias de la Patagonia. El detalle del tropero que va adelante
enseñando el camino y disponiendo de cabalgaduras de refuerzo cuando se produzca
el momento, es verdaderamente antológico, especialmente cuando se avizoran dos
alambradas que se enfrentan al partir, en medio del camino en un anchor de 25
metros y sobre un envaralado inicial que es como el punto de iniciación de la
aventura. Constituye este punto, sin lugar a dudas, una especie de largada para
este avance un tanto epopéyico en el que participan pocos héroes protagonistas
y casi ningún dios mitológico. El envaralado presenta unos 5 metros de ancho y
lo circundan dos zanjones laterales de un metro de profundidad y cuando se
accede a la normalidad del trayecto, el camino vuelve a enangostarse y las
alambradas, por innecesarias, desaparecen.
Entre los bosques y el río se observan muy
a menudo grandes barrancones y en los primeros cuatro kilómetros se avizoran
los restos de las casas que ocuparan los hacheros de la primera actividad de
despeje de bosques en la recordada expedición de B.Wilson en 1900. Es la
histórica presencia del activo Puerto Dunn, que en esos tiempos ya no existe ni
funciona pero que se constituyó como fundamental puerto de acopio para
herramientas, maderas, avituallamientos, materia prima y todo lo que se precisa
para construir en la primera década del siglo XX. Los viajeros se conforman con
observar a las alturas de este kilometraje varios saltos de agua y también
innumerables rápidos un poco más arriba de ese puerto, recordándose el mentado
Rápido del Chilote que imposibilita en absoluto la navegación por el río. Se
muestran luego el río Blanco que entronca en las lagunas Portales, Zenteno y
Riesco que hoy identificamos como lagos y que están absolutamente comunicadas
con los lejanos Caro, Elizalde y Paloma.
Al llegar a la conformación montañosa del
km.20 —el Balseadero—, el ingeniero observa que este corresponde a uno de los
hitos que la Comisión Argentina de Límites en 1898 había pretendido asignar
como límite fronterizo con Chile, propuesta argentina que no prosperó. Tres
kilómetros más adelante comienza la confluencia con el Mañihuales que arrastran
ambas todas las aguas de la región subandina oriental. Se encuentran con la
Isla Flores entre ambos brazos de unión con una gran cantidad de aluviones de
troncos rodantes. Más al este, esa misma corriente del Mañihuales recibirá las
aguas del Ñirehuao y el Emperador Guillermo, circundados ambos por enormes
selvas de mañíos. Finalmente el grupo accederá al Balseadero que en esas épocas
estaba en el 28, con algunas taperas para peones y carreros diseminadas en
torno a las medias laderas en torno al importante Puerto Díaz, lugar de acceso,
estancia y descanso especialmente en tiempo de llenas.
Al llegar al balseo del río, algunos
hombres identifican el sitio como el mismo que en 1902 enfrentaban los
delegados británicos en viajes de inspección pericial, una pequeña balsita con
andarivel que les conduce a la otra orilla. En este momento la balsa está muy
optimizada con una plataforma de madera de unos 5 metros sobre 2 chalupas de 9
metros de eslora por 2 y medio de manga, que es guiada por medio de un timón y
una cadena guía que se desliza por un andarivel según sea el movimiento de la
corriente que tiene un diámetro de 1.1/4” y 120 metros de longitud. Los hombres
igualmente deben encontrarse con un galponcito para terneros ubicado entre dos
potreros, una casa quinta para el encargado, dos galpones y un corral. No puede
faltar ahí una habitación que sirve para el alimento y el descanso, un
necesario galpón de carne, único, barato y abundante alimento del territorio,
sin descuidar para nada la herrería para reponer carros y carretas y
mantenimiento de herraduras de cientos de caballos, un comedor aparte para el
capataz, un galpón de herramientas y un rancho de medianas dimensiones para el
alojamiento del obreraje. Usted, amable lector, se puede dar cuenta de las
diferencias entre esos tiempos y los nuestros.
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