Entonces podíamos recién
reiniciar la secuencia perdida con los dibujos de Michote y Pericón, o Modesto
y Pelusita, cuyas dinámicas y trazos estaban tan bien logrados, que parecía una
pantalla que cobraba vida al paso de los ojos. No podíamos resistir los
capítulos que venían del indiecito Hayawatha, con el bravo rey Kodoo y sus
súbditos, que fundían en un mismo lugar los diálogos de los castores con el
indio Kabhai. Imposible olvidar los presagios de muerte del invencible Nasdine
Hodja, ambientados en el mismísimo Estambul, con Ben Hussein enloquecido en
medio de sus persecuciones de nunca acabar al gran Visir. Ahí estábamos
rodeados de los peligros de las decapitaciones, los prisioneros con encierros y
cadenas, con palacios suntuosos y danzas en el cielo de luces inefables.
Siempre en las partes
centrales de la revista, aparecía la serie S.O.S. Meteoros, donde se nos
proponían nuevas alternativas para la imaginación desbordante, surgiendo en el
primer plano los ataques de paracaidistas en el Centro Atómico de Saclay con el
Estado Mayor en movimiento y extraños
aparatos en el cielo que ya eran los primeros platos voladores. Estaban ahí el
coronel Olrick y sus grandes maquinaciones junto al capitán Blake en París. Era
situaciones de tal emergencia, que provocaban en nosotros verdaderas
alteraciones de nuestra propia libertad. No era posible entender por qué
existían neblinas tóxicas por la presencia de elementos que absorben el
nitrógeno del aire. Pero ahí en esas páginas todo podía darse normalmente.
Bajo las ilustraciones de
Blasco y Walter Lantz podíamos
solazarnos con el clásico Pinocho y el siempre vigente Pájaro Loco en
ilustraciones tan bien logradas que por la vista desfilaban detalles imposibles
de olvidar, de tan perfectos y logrados. Casi siempre el Capitán Tormenta
aparecía en las páginas 14 y 15, en forma invariable. Era su sitial, su zona
sagrada, con un coronel Campbell en los palacios de maharajás enfrentado a
panteras mortales, a documentos perdidos, a princesas encantadores y a
colosales aventuras de las noches hindúes. Vicky y el Lago Fantasma nos
llevaban por la magia de las aventuras del capitán Curtis y Hill MacRide que
van en busca de un misterioso lago en Africa, enfrentados a manadas de
elefantes y búfalos, cebras y jirafas. Mientras el Conejo de la Suerte
compartía escenarios con Silvestre y no con Elmer, la figura odiosa de Curro
Matamoros proponía aventuras extraordinarias. Mientras, la magia del
cinematógrafo se proyectaba a través de la consagración de los arrebatos e
intrigas de la vida de Hollywood a través de unas tiras que bajo el nombre de
En Escena, lograban muy bien el propósito de hacernos reflexionar sobre la
manipulación y la riqueza en torno a las figuras protagónicas de Mary y el
viejo Cole, con Arturo el Fantasma Justiciero y Modesto y Pelusita se iba
cerrando el telón de maravillosas páginas que corrían en pos de la imaginación.
La primera aventura ambientada en un castillo feudal, y la segunda en un hogar
corriente de Norteamérica, en un descomedido, juvenil y pelucón adolescente que
no dejaba jamás de reir para proyectar sus papeles, rodeado de tres niños muy
parecidos físicamente, con los cuales enfrentaba uno tras otro conflicto en la
opulenta vecindad y al cual sólo podía detener la formalidad y el buen tino de
la mujer, Pelusita. Intercalados a las historietas de cuadros, se dejaban ver
enormes palas de textos que recorrían con verdadera aridez las páginas con
dibujos, proponiendo sesudas lecturas de dos páginas completas. Allí destacaron
las siempre lúcidas adaptaciones de Alicia Morel, los Samurai del Sol Negro, y
la Horda de Ki Manchú. Remataban el conjunto El Desfiladero del Diablo y el
Batallón de los Héroes.
Bajo las tribulaciones de
una soledad casi innata y de una tristeza inhumana, el portalón blanco de la
calle Condell nos abría el otro mundo, por donde semana a semana nos abríamos
paso por la imaginación y la aventura que nos proponían nuestros Penecas.
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