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Chindo Vera, alcalde, hotelero, funcionario público



En la primera provincia no hubo nadie a quien tanta gente se refiriera tantas veces como don Rudecindo Vera Márquez, excepcional chilote que aparece en casi todas las fotos que tomaron los fotógrafos de los años 20 y 30. Este invencible capitán de los mares y archipiélagos, aquel que sólo naufragara en el ocaso de su vida, en medio de las oscuras selvas del Pangal, llegó a instalarse primero con la Pensión Vera en los albores de los años 20.

Ya en la década seguiría con su tan famoso hotel, habiendo llegado a inspeccionar estas tierras por 1914, cuando sólo se estaban moviendo las actividades de algunos molos en el puerto y había un grupo de elementales construcciones como la grasería y los muelles, el edificio de la aduana, el de carabineros y algunas poquísimas casas particulares producto de la asignación de quintas a los primeros colonos pobladores, que se habían levantado y entregado bajo la supervisión del ingeniero Fohmann de Puerto Montt.

Vera llegó justo cuando se estaban realizando los trámites de asignación de quintas y loteos, y fue quien visualizó algunos espacios vacíos en las poco demarcadas líneas de loteo y, preguntando, pudo conocer esos históricos nombres de primeros asignatarios, Saturnino Marimán, William King, Abraham Sanhueza, Fructuoso Oyarzún, Julio Torres, Aniceto Yáñez, Abraham Bórquez, Ismael Villegas y Saturnino Oyarzún.

A unos cincuenta metros de los muelles donde venían a atracar la mayoría de los vapores provenientes de Puerto Montt, se iba a instalar don Chindo con el mejor lugar para descansar y comer como se acostumbraba a hacer en esos tiempos, tres platos, un postres y una agua perra o un té en granos, junto al más cómodo espacio para alojar con camas que el hombre mandó a buscar a Castro y que eran de huinchas y colchones de lana natural de oveja, recurriendo a los consabidos cueros de capón curtidos para enfrentar los intensos fríos del invierno. En esas soledades era probablemente imposible encontrar sitios mejores que ese para iniciar los trámites de la primera vida y era muy difícil entenderse con las distancias y la falta de caminos para desplazarse por los agresivos espacios de la selva. Por eso, la existencia de aquella pensión maravillosa hizo que el nombre de su propietario fuera muy difícil de olvidar, por el agrado y placer que se sentía en los interiores, constituyendo el mayor impacto de quienes vinieron a quedarse para siempre en el territorio.

En la parte trasera de la pensión había un lugar parta colgar las prendas mojadas que era la sala del secado, con dos voluminosos tachos con un  fuego intenso y varios cordeles largos que estaban hacendados de prendas de vestir, ponchos, sombreros, frazadas. El chilote Vera se hizo rodear, además, por una legión de buenas empleadas chilotas, hacendosas y acomedidas, jóvenes y robustas cocineras auténticas de esas que el dueño de casa ponía a disposición de los buenos hombres solos para solazarse en especiales degustaciones gastronómicas y necesidades domésticas.

Don Rudecindo fue contratado por los ingleses para hacerse cargo de los tramos viales que se proponían ir implementando en aquella lejana época para terminar de una vez por todas con la inmovilidad caminera y se conectaran rápidamente las localidades aisladas como Aysén, Coyhaique, Balmaceda y puntos intermedios que sólo eran huellas y sendas abiertas por las tropas y recuas. Había llegado de Cucao junto con otros paisanos como él que también vinieron para quedarse. Al llegar, se enamoró perdidamente de los paisajes y esa especial atmósfera de tranquilidad y regocijo íntimo, decidiendo echar raíces para siempre. No sólo se integró rápidamente a la vida social, sino que se ganó muchos amigos y desplegó todo su talento y sabiduría práctica para ganarse la vida, ingresó a grupos, dirigió y se consagró en el manejo de la oratoria, el don de mando y el idioma de la unificación de voluntades para enfrentar tareas colectivas. Años después sería regidor y luego alcalde de Puerto Aysén, con amplio apoyo popular.

La personalidad jocunda de hombre cordial y comunicativo le fue otorgando siempre a Vera el apoyo y el favor de muchos. En su época juvenil se había radicado en la nortina Antofagasta donde había conocido a la dama talquina Julia Albornoz Barros, con quien contraería matrimonio yéndose a vivir a Chonchi en 1904. Acompañado de sus hijas menores se vino a vivir a Puerto Aysén para conocer y planificar y es entonces que sus patrones ingleses le proponen la alternativa de los primeros hoteles, resultando una actividad relevante y decisiva para su vida. Debe quedarse a trabajar pero no puede permanecer con su familia sólo hasta 1916, cuando se le hace entrega de una vivienda en la Estancia de la Escuela Agrícola para permanecer trabajando ahí al mando de los administradores ingleses con el puesto de Encargado de Obras Camineras. Cuatro años más tarde, mientras ocupa el cargo de Jefe de atención de barcos en la agencia de la Ferronave de Puerto Aysén, le es asignada, paralelamente, la misión de administrar el primer hotel del que hablábamos, pudiendo entonces traer a toda su familia y disfrutarlos hasta que es capaz de adquirir el hotel y trabajarlo particularmente.


Comentarios

  1. Como siempre, muy buen relato... que dá ganas de seguir descubriendo con mas detalles, mas personajes, más evocaqcion de nuestra historia reciente. Muchas gracias Oscar !!

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